Las tijeras de mamá

por Silvia Luz Jiménez hace 1 año

Las tijeras de mamá.

En un cajón de la cocina, brillaban siempre como nuevas. Eran las reinas del sitio, solo había que ver su privilegiada ubicación:
cuchillos a la izquierda y a la derecha, exprimidor de limones, abrelatas y sacacorchos.
Ellas, en el centro, con sus piernas abiertas, como la gente que se cree la dueña del mundo y ocupa dos lugares en el sofá.
Eran muy especiales y queridas; mi madre las había recibido de mi abuela que, a su vez, las había conseguido en un inolvidable viaje a España. Eran su tesoro. Mi padre, algún día, trajo a casa unas tijeras nuevas y mi madre, no les permitió pasar del umbral. ¡Como si hubiese traído a casa una amante!
Las sacó de plano y le advirtió a papá, con el dedo acusador, que no se le volviera a ocurrir algo así. Ellas eran únicas e irreemplazables.
Mi hermano Juan Diego, el más creativo e inquieto de mis hermanos, un día las tomó y decidió trasquilar a nuestro perrito caniche.
Para su canina aventura se había encerrado en el baño y cuando mi madre, le increpó por su larga estancia en el sitio, el contestó que estaba mal del estómago; pero, para su infortunio, el perrito gimió y lo delató.
Mamá fue corriendo por la llaves y cuando abrió encontró el dramático cuadro: Juan Diego, en el suelo tijera en mano, el perrito atrapado entre sus piernas con unos huecos que dejaban al descubierto su rosada piel.
A su lado, las motas de pelo arrumadas como una gran nube de otoño.
El castigo fue monumental, sin televisión, sin salidas a la calle, sin amiguitos y condenado en forma perpetua a jamás tomar las tijeras de mamá.


Nubes de otoño.
tijeras en la mesa
un perro gime.
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